El otoño en la hojarasca roja y amarilla suiza. Ginebra se abre ante mí maravillosamente, con una serenidad que conmueve. Dejada atrás Rue Voltaire, doblo en Boulevard James-Fazy y veo un rinconcito verde salpicado de otoño que me llama la atención; allí me dirijo y el sol me besa las mejillas. Los nenes corretean en la placita de juegos y gritan cosas incomprensibles para mis oídos forasteros.
Un árbol con hojas que son lágrimas amarillas, bellísimos pétalos en decadencia que me fascinan. Camino hacia el río y ahí me quedo, apoyada en la baranda, "prohibido tirarse" indica un cartel. Una pareja anciana pasa a mi lado, metiéndose para siempre en la foto que estoy sacando justo en ese instante. Así serán siempre para mí, nunca morirán en mi recuerdo. Vaya uno a saber cuántos años llevan juntos, cuántos paseos por la tarde de la mano, cuántas miradas cómplices. ¿Dónde se habrán conocido? Tal vez fue amor a primera vista, quizás si aún sus labios se buscan en la oscuridad de la habitación antes de las buenas noches.
...and ne forhtedon na. |