viernes, 9 de noviembre de 2012

Cosas que me pertenecen ya.


Caminaba por las callecitas del centro de Faenza de vuelta a casa. Un intenso olor a madera y humo salía de alguna casa y se mezclaba casi maestramente con el otoño: castañas y canela. Se me ocurrió pensar en las pequeñas cosas, aquellas cosas simples que me hacen estar bien, en las que me reconozco todos los días. Cosas que me pertenecen ya. ¿Será que la felicidad reside intrínsecamente en los pequeños gestos, en la cotidianeidad de las cosas o en su recuerdo, tal vez en la luz prendida de un pasillo? La mesa tendida con el mantel rojo un 24 de diciembre, la pasta frola de membrillo que se rompe entre mis dientes, un tarro de polvorones en la cocina de mi abuela, las galletitas que ya no las venden sueltas en el kiosko, caminar sin pisar las uniones de las baldosas, leer a Cortázar con la sensación de que te roba las palabras, “andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, palabras simples que dicen todo, ojos verdes, una canción de Ismael Serrano, “hasta Pueyrredón y Las Heras”, el boleto que me regalaba todos los días una inicial distinta, las chapitas de la Coca-Cola también, el guardapolvo blanco escrito que mi mamá no almidonó más, besos que saben a mate, sacar fotos muchas fotos de un lugar único y apagar la cámara pensando que es mejor fijármelo en los ojos para siempre. 

membrillo_bsz2012

Tus manos que parecen hechas a la medida de mi piel, viajar en tren con los auriculares que me hablan en castellano y afuera el paisaje es mediterráneo, bailar la pizzica entre empujones, botellas vacías y ritmos balcánicos, una cerveza bien fría, un panqueque con dulce de leche hecho por mi hermana, una infusión después de cenar con una charla de por medio, ponerse al día con una amiga, ponerse contento por los demás, el hijo de una amiga que te acaricia la mejilla, las lágrimas atragantadas cuando lees una frase que no te esperabas, ese beso robado en un sillón, las noches en Brasil y la vuelta a casa entre risas, canciones y confesiones de una noche de excesos, mi bisabuela que me dice “petisa, ¿vamos hasta la tranquera?”, juntar ramitas todos juntos para el asado del domingo, los años pasan somos todos más grandes y nuestras conversaciones siguen siendo profundamente sinceras, reirnos mucho. 
Turquesa para mí son los ojos de mi abuelo, los jazmines me invaden los sentidos, el chocolate negro con el café, Silvio y su mujer con sombrero, Meryl Streep que cruza las manos y sonríe tímida, escribir desvelada, descubrir un idioma, el pan calentito, cheese and chips después de Wind Street, el sol de otoño, las tardes de primavera, las mañanas de verano mate y pajaritos, el cielo estrellado en agosto, tu voz, estremecernos juntos, qué loco, escribir una carta como las de antes, el Sí de una amiga en otras latitudes, el olor de los libros, empezar un libro leyendo siempre la última frase, empezar un pote de dulce de leche limpiando la tapa y los bordes, qué piernas me hacen los tacos, mejor voy a correr y sentirme liviana como una pluma, leer lo que acabo de escribir y muchas cosas más para agregar.

Darme cuenta de que las pequeñas cosas son grandes momentos de felicidad que a veces pasan desapercibidos, eso también.  

Comparto un texto de Borges que escuché el otro día en la radio, me pareció tan simple, tan bello. Tan real. Se llama Los Justos:
"Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire./ El que agradece que en la tierra haya música./ El que descubre con placer una etimología./ Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez./ El ceramista que premedita un color y una forma./ El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada./ Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto./ El que acaricia a un animal dormido./ El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho./ El que agradece que en la tierra haya Stevenson./ El que prefiere que los otros tengan razón./ Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo."

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