viernes, 6 de julio de 2012

De aeropuertos y llantos

No puedo dormir. Los motivos pueden ser varios: estoy con los horarios cambiados, estoy pasada de revoluciones o no puedo dejar de pensar en los aeropuertos.
Sí, los aeropuertos, esos lugares inmensos, repletos de gente con valijas, mochilas, ruidos, olores, historias de vida. Lejos de ser una antropóloga frustrada, siempre me gustó observar a las personas durante mis viajes: al chico sentado frente a mí en el tren que escucha música y de vez en cuando encuentra mi mirada, a la señora que trata de leer para placar el ansia de su "primera vez" en avión, al matrimonio con hijos pequeños que lloran y corren de acá para allá por la sala de espera antes del vuelo. ¡Cuántas vidas cruzadas en un aeropuerto! Cuántas historias sin conocer, cuántos corazones rotos, cuántos sueños postergados. O por cumplir, tal vez. 

"Bristol International Airport, last call for all passengers travelling on flight ..." -decían los altoparlantes. No les presté atención, ya que no se trataba de mi vuelo, pero poco importaba, ya me estaba yendo. Era junio de 2010, y mi historia se empezaba a llenar de grietas, imperceptibles mas definitivas.
Había transcurrido en Swansea nueve meses, vividos intensamente, entre la universidad, los pubs y las fiestas. Volverme a Italia significaba dejarlo todo, esa vida hecha de amigos nuevos, saquitos de té PG, la playa, las Foster's, cheese&chips
Era, también, separarme de F. 

Bristol International, entrance hall. [fuente]
Estábamos ahí los dos, F. y yo, parados en el hall de entrada del aeropuerto de Bristol. Había insistido en acompañarme hasta allí: para eso, habíamos tomado el tren hasta Temple Meads y luego el micro hacia Bristol International. Creo que era una manera de prolongar las últimas horas juntos, asegurarnos hasta el fin de que lo nuestro no había sido algo pasajero, que íbamos a seguir viéndonos, cada tanto, cuando pudiéramos, porque el amor lo puede todo, si es amor verdadero. 
Siempre me gustaron los aeropuertos, ese ir y venir constante, subir y bajar, despegar. Pareciera casi una metáfora de la vida misma. Eso sí, lo que detesté desde el primer viaje, fueron las despedidas. La razón es simple: odio llorar. No me sale bien, no me gusta llorar enfrente de los demás. A veces no puedo, simplemente no me caen las lágrimas por más que las busque o las sienta adentro. Por eso, siempre envidié a esas personas que lloran naturalmente, o tristemente, o angustiosamente, pero bien. Lloran bien, ellos. Yo no.
F. me miraba y no decía nada, yo esbozaba una media sonrisa forzada. Ya había facturado el equipaje, y todavía faltaba bastante tiempo para mi vuelo. Me sentía incómoda, me quería ir, esfumarme y ya estar en mi casa de Italia. Pero estaba ahí, parada frente a él, que tanto había compartido conmigo en esos nueve meses. Entonces nos empezamos a decir frases de despedida, de hasta pronto, un 'nos llamamos hoy a la noche', nos vemos cuando puedas, nos vemos, nos vamos a ver, nos vamos a volver a ver pronto. Me di cuenta de que yo ya estaba pronunciando un 'pero no va a ser lo mismo que antes'. Y en ese instante, me largué a llorar. 
Lloré sin parar, sin aguantarme, sin sentirme tonta o fea, o ridícula. Lloré por esos nueve meses en los que me había estado haciendo la zonza mirando para otro lado, evitando enfrentar la improbable realidad, cruel a veces, de las relaciones a distancia. Lloramos juntos, como dos nenes. 

Bristol International Airport, departures. [fuente]
No me podía dormir pensando en los aeropuertos. En ese aeropuerto, que me trajo ese recuerdo, enterrado vaya uno a saber en qué rincón de la memoria. O en qué cajón. Me acordaba de aquel llanto, incontrolable, tristemente purificador para mí, y me vi ahí, parada en el hall del Bristol Inernational, abrazada a F, sollozando, sabiendo que esas grietas desgarradoras que sentía por dentro, marcarían para siempre nuestra relación. 

'Pero no va a ser lo mismo que antes', no. Nunca más fue así. Yo lo sabía, lo supe aquel día de junio, en el aeropuerto de Bristol, cuando empezaron a caer mis primeras lágrimas.
Tal vez ahora logre dormir un rato.

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