sábado, 6 de octubre de 2012

Desayunaba con Morrissey, ahora me acuesto con él

La voz de Morrissey siempre la relacioné a Swansea y a una cocina. Esa cocina en la que siempre desayunaba tostadas, huevos revueltos, bacon y Nation Wales Radio. ¿Cómo no sentir algo de nostalgia al escuchar las notas de Please, please, please let me get what I want? Cómo no pensar en aquellos días de septiembre, primeros tiempos en tierra galesa, apenas una sonrisa y el mundo estaba en mis manos. Parecía tan real, auténticas emociones, amistades pasajeras y pasiones efímeras, lo hubo todo.

Será una cuestión kármica, pero siempre termino hablando de aquella época, de mi otra vida, de cuando mi mundo se partió en dos, o en tres, y nunca más pude volver a juntarlo. Estos munditos tan míos, vaya uno a saber si quieren reunirse, ser una cosa única e indivisible, ordenada e inmutable. Mis munditos van por la vida (mi vida) separados, pero por caminos paralelos, parecidos, bajo las mismas convicciones e ideas, hasta creo que comparten las mismas pasiones, aman de igual manera, temen asustarse con miedos similares. Sin embargo, si hay algo que todavía recuerdo de las interminables horas de matemática de la escuela, es que en la geografía euclidiana las líneas paralelas nunca se encuentran. Jamás. 

Juntar las piezas de una vida desarmada por geografías a destiempo, personas en hemisferios opuestos, sentimientos sinceros en tierras lejanas, es tarea ardua para un solo corazón. ¿Y qué decir de la mente, entonces, psicóticamente ubicua? Menos mal que el cuerpo es uno, y viaja conmigo a todas partes. 

Releo la última frase y me río. Y ya no estoy tan segura de que mi cuerpo vuelva siempre conmigo a su fiel morada. ¿Acaso no se fue desmembrando de a poco con cada despedida? Ese abrazo que diste en el aeropuerto, una dos tres cuatro veces. Ese hueco de la mano acariciado con una ternura infinita, o esos dedos que dibujaron labios dormidos de tanta miel. Esos párpados húmedos secados por besos apresurados, no llores, acá me tenés. 
Y esos brazos mordidos, y esas uñas en espaldas ajenas, clavadas, como esas cosquillas en las rodillas, o en el estómago, o en los pies contorcidos un domingo por la noche. 
Y esa piel estremecida, sorprendida por haberte encontrado. Esta piel que todavía te siente. 
Es la misma piel que no regresó a mí, es la misma piel que se quedó en tu piel. 
Por favor, no me la devuelvas, creo que te pertenece.  

The Smiths siguen tocando, Morrissey dice to die by your side is such a heavenly way to die y, aunque sea demasiada fuerte como imagen, me evoca escenas completamente distintas. Y ya no hay nostalgia que valga, porque la nostalgia mira al pasado con ojos melancólicos, y Morrissey, esta noche, me canta en tiempo presente.

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