lunes, 7 de enero de 2013

Breve reflexión para inaugurar el año

Fin de año, tiempo de balances. Año nuevo, buenos propósitos. 

¿Por qué esperar el primer día del año para desear cambiar algo? ¿Y qué del 4 de febrero o del 12 de julio, acaso no son fechas tan válidas como el 1° de enero? El cambio viene de adentro, muchas veces estimulado por el afuera, por aquello que nos rodea. Tal vez uno piensa que con el nuevo año se borran las amarguras del año anterior, que sería algo así como hacer borrón y cuenta nueva. Empezar de cero. Punto y aparte. Dar vuelta la hoja. Resetearnos de alguna manera. 
¿Cuenta realmente la intención que uno tiene en hacer desaparecer pedazos de historia de la memoria, las frases dicha en un día de bronca, las gotas de lluvia sobre su pelo, el doblez de las sábanas cansadas, el anillo en el dedo ya símbolo del desamor, la mancha de yerba sobre el mantel? 
O simplemente sucede, quizás. 

Como despertarse apurado y darse cuenta de que es feriado; el sol de otoño, el repulgue de las empanadas de mi mamá o el corazón de crema en la espuma del cappuccino. Así, sin querer, suceden. 


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