viernes, 18 de enero de 2013

Mensaje en una botella


Una vez me mandaste un mensaje en una botella que nunca me llegó. Seguramente te sentaste frente a tu mejor ventana, que daba al mejor patio de tu mejor casa; elegiste el papel más bonito de todos, de esos reciclados, embellecidos por diminutas marcas de mensajes ya olvidados. Cuidadosamente, sin dejar de lado la emoción, agarraste la birome azul como tu color preferido, ese que nunca te llegué a preguntar; con la mano algo temblorosa, empezaste a escribir y una “Q” perfecta, bien redondeada y definida, quedó grabada en la hoja.
Sé que al Querida le seguía mi nombre, ese que pronunciabas tan bien, y luego te quedaste pensando un largo rato cómo decir lo que querías decir. El qué tal, ¿cómo estás? le hubiera dado un tono informal y amistoso, pero vos buscabas algo más atractivo, tal vez ingenioso. Al final optaste por un simple ¿cómo estás?, quitándole el “qué tal” y devolviéndomelo junto a las demás palabras que nunca llegaste a decirme.
Sin embargo, en la carta me explicabas lo que realmente querías, dejando de lado hipocresías (todavía recuerdo aquel sin vueltas) y distancias geográficas. La verdad es una, claro que vista desde distintos ángulos se deforma y se rompe en cien verdades. Agregabas, también, que no tenía sentido arruinar algo tan bello (no, usaste lindo, con la intención de hacerme sonreír, obvio); mejor el recuerdo de una intensidad breve que la dolorosa y vana prórroga de un momento único, pasado, pisado. ¿Para qué?, me decías.
Sin duda, tenías razón, creo que lo supe desde la mañana siguiente volviendo a casa bajo la lluvia. Cerrabas la carta despidiéndote casi aliviado, pero siendo sincero como habíamos pactado tácitamente aquella vez por teléfono. Lo aprecié mucho, gracias. Firmabas con tu mejor firma, la más legible de todas.

Tu estrategia de comunicación, la mejor de todas, en la que tanto te esforzaste y a la que tanto tiempo dedicaste, en algún punto falló. No sé qué pasó, la botella nunca llegó a mis manos, nunca pude leer lo que me habías escrito, ni mucho menos conocer tu caligrafía. Jamás descifraré tu misterio, ni vos el mío. Tranquilo, no te culpo, quizás el mar ya no reciba botellas con mensajes, eso es cosa de otra época, otro tiempo. Eso fue ayer.

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