viernes, 22 de junio de 2012

De las lluvias y los recuerdos

Ese día no había parado de llover en Barra da Lagoa, ¡nunca había visto caer tanta agua del cielo! Me acuerdo de que estaba en la galería de la casa que habíamos alquilado para nuestras vacaciones, y veía cómo las gotas de lluvia no eran gotas sino baldazos, chorros de líquido transparente sin fin, casi como cortinas de agua. Era un espectáculo inusual para mí, acostumbrada a vivir en zonas por lo general templadas. Pero Brasil es un país tropical, como bien sabemos. Por la canción. Y porque en geografía en la escuela nos enseñan las zonas climáticas. 
Tal vez impresionada por ese fenómeno meteorológico que es la lluvia tropical, me puse a pensar en mis primeros momentos en Swansea. Nada tiene de tropical esta ciudad galesa, pero sí sabe de lluvias y de mal tiempo; si algo me enseñó la aventura en el South Wales, fue a tolerar la lluvia. Y las lloviznas finitas, molestas, esas que te mojan más que una lluvia normal. O esas tormentas fuertes, rabiosas, que te hacen cerrar el paraguas, porque de nada te sirve sino para impedirte ver bien. Swansea fue eso y muchas cosas más.
Si bien el mal tiempo es típico en Gran Bretaña, los primeros días en Abertawe (nombre galés de Swansea) me sorprendieron por su belleza y claridad. Fueron mañanas despejadas, con un sol grande, brillante que se reflejaba en la bahía. Las tardes eran un poco más frescas, pero siempre interesantes para descubrir algún charity shop en St. Helen's Road. Recuerdo que un día algo cambió, y si bien las mañanas seguían siendo soleadas, después del mediodía el cielo empezaba a cubrirse y se tornaba gris. Y la lluvia se hizo ver por primera vez, como D. 
D. era alto, altísimo y era danés. Nos conocimos cuando golpeé la puerta de la habitación en la que él dormía, pero que yo pensaba que estaba vacía. No sé porqué lo hice, pero lo hice. Dos toc-toc y bajé las escaleras cubiertas de moquette (¿qué no estaba alfombrado en aquella casa?) saltando, casi como una nena. O como una tonta, lo dejo a criterio de quien lee. D. abrió la puerta, todo despeinado con cara de dormido y dijo: hello? De más está decir que en aquel momento yo deseé que la tierra se abriera y me tragara para siempre; con mi mejor cara de yo no fui, me di vuelta y creo que me enamoré. 
Descubrir que hablaba castellano, era periodista y le gustaba el rock argentino completaron el kit. ¿Qué será de la vida de D.? No supe más nada de él, ¿será feliz? 
Aquella tarde de lluvia torrencial en Brasil, yo pensaba en qué misteriosa y rara puede ser la vida, que cruza tu camino con otros, de personas que nunca más vas a volver a ver. Me apena, a veces siento que me frustra. Pero sé que es un instante de amargura, tal vez manchado de nostalgia. Sé que la vida va a ponerme adelante otras personas, nuevas aventuras, nuevas historias. Algunas serán recuerdos en un futuro lejano, ya que sucederá eso que tanto me entristece: nos cruzaremos, nos conoceremos y tal vez nos perderemos de vista. Otras, en cambio, permanecerán.

Nunca más voy a volver a ver a D. pero creo que valió la pena nuestro breve encuentro. Por algo lo recuerdo.
Barra da Lagoa, después de la lluvia

Playa de Swansea, en marea baja

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